jueves, 25 de junio de 2020

9.5. María, la Virgen fiel

María ve cómo huyen los apóstoles, pero ella permanece firme al pie de la cruz, reconociendo a su Hijo en aquella figura lamentable, escupida y llagada. Esta apariencia tan miserable, a los ojos de esta dulce madre, no consigue sino acrecentar su adoración y amor; y cuantas más blasfemias vomiten contra él, mayor será la veneración de su corazón. La vida de la fe no es sino la búsqueda continua de Dios a través de todo aquello que le disfraza, le desfigura, y por así decirlo, le destruye y aniquila.

Sigamos contemplando a María. Desde el pesebre hasta el Calvario, ella encuentra siempre un Dios que todo el mundo ignora, abandona o persigue. Igualmente, las almas de fe atraviesan una serie continua de muertes y velos, sombras y apariencias, que se esfuerzan una y otra vez para hacer irreconocible la voluntad de Dios, ésa que ellos siguen y aman hasta la muerte en cruz. Saben que es siempre necesario atravesar las sombras para acercarse a ese divino sol que, desde que amanece hasta que anochece, sean como fueren los nubarrones obscuros que lo oculten, ilumina, calienta, y hace arder los corazones fieles que le bendicen, le alaban y le contemplan en todos los puntos que forman es círculo misterioso.

Apresuráos, pues, almas fieles, contentas e infatigables, y acercáos al Esposo amado, que «sale a recorrer su camino, y de un extremo del cielo llega al otro extremo» [Sal 18,6]. Nada puede quedar oculto a sus ojos, y camina igualmente sobre las pequeñas briznas de hierba, como entre los cedros grandiosos. Bajo sus pasos poderosos, se igualan los granos de arena a las montañas. Por donde quiera que vayáis, por allí ha pasado Él, y no tenéis más que seguirle incesantemente para encontrarle adonde quiera que estéis.

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