Cuando veo un alma que hace de Dios y de la fidelidad a su voluntad su todo, por más pobre que esté de otras cosas, me digo: «he aquí un alma con grandes talentos para servir a Dios». Así venían a ser las apariencias de la santísima Virgen y de San José. Sin esta actitud, en cambio, todas las demás cualidades me dan miedo, temo la acción de Lucifer en ellos, y me mantengo en guardia, pues todo ese encanto no es más que un brillo sensible, como una frágil y quebradiza copa de cristal.
La voluntad de Dios es toda la estrategia de un alma sencilla, que es capaz de reconocerla hasta en aquellas acciones irregulares que el soberbio realiza para humillarla. El soberbio desprecia al alma sencilla, pero ante ésta él no es nada, pues ella solamente ve a Dios en él y en todas sus acciones.
A veces el soberbio, viendo al alma sencilla tan humilde, se imagina que se ve afectada por su desprecio; y no comprende que su humildad es solamente signo de su reverencia amorosa hacia Dios y su voluntad, a quien capta en la misma acción del soberbio. No, pobre insensato, no. Tú al alma sencilla no le das ningún miedo; lo que le das es compasión. Ella está respondiendo a Dios, cuanto tú piensas que te habla a ti. Es con Él con quien lleva su negocio, y no contigo, que solamente eres para ella como un esclavo, o mejor, como una mera apariencia bajo la cual Él se disfraza. Por eso cuando tú te elevas, ella se anonada; y cuando tú crees apresarla, es ella la que te captura a ti. Tus malicias y violencias son para ella simplemente favores de la divina Providencia. El soberbio, pues, es un verdadero enigma, pero el alma sencilla, iluminada por la fe, lo descifra con toda claridad.
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