jueves, 25 de junio de 2020

10.3. En la simplicidad del abandono

No hay defensa más segura contra la prudencia de la carne que la simplicidad. Sabe eludir ésta admirablemente todas las trampas sin conocerlas, sin sospecharlas incluso. La acción divina le mueve a tomar medidas tan justas, que llega a sorprender a los que querían sorprenderle. Se aprovecha de todos sus esfuerzos, y los intentos para abatirla le sirven de escalones para elevarse. Todas las contradicciones se vuelven en su favor, y dejando hacer a sus enemigos, que son instrumentos, obtiene de ellos un servicio tan continuo y suficiente, que lo único que ha de temer es participar y trabajar en una obra de la que Dios quiere ser el único principio.

La simplicidad no ha de hacer otra cosa que contemplar en paz lo que Dios hace, y seguir con sencillez las mociones de la gracia, que siempre son felizmente guiadas por la prudencia sobrenatural del Espíritu divino, que abarca infaliblemente las circunstancias más íntimas de cada cosa, y que conduce al alma tan hábilmente, sin que ella lo sepa, que todo lo que se le opone es siempre destruido.

El movimiento único e infalible de la acción divina mueve siempre oportunamente el alma sencilla, y ésta corresponde a todo muy sabiamente, llevada por su íntima dirección. Por eso quiere todo aquello que le sucede, todo lo que ocurre, todo lo que experimenta, excepto el pecado.

Esto unas veces lo hace conscientemente, otras sin darse cuenta, movida sólo de un instinto secreto que la impulsa a decir, hacer o dejar las cosas, sin una razón clara. Muchas veces la ocasión o la razón que determinan al alma fiel son simplemente de orden natural, sin que a sus ojos o a los de los demás se muestre ningún misterio especial en ese puro azar o necesidad o conveniencia. Y sin embargo, la acción de Dios, que es la inteligencia, sabiduría y consejo de sus amigos, se sirve en su favor de todas esas cosas tan simples, se las apropia y las endereza de tal modo que vienen a frustrarse los planes de quienes pretendían dañar al alma.

Atentar contra un alma sencilla es lo mismo que atentar contra Dios. ¿Qué podrá hacerse contra el Omnipotente, «cuyos caminos son inescrutables» [Rm 11,33]? Dios mismo toma como suya la causa del alma sencilla. No hace falta, pues, que ella investigue las intrigas de sus enemigos, que enfrente su inquietud a la inquietud de ellos, espiando atentamente todos sus movimientos. Su Esposo la descarga de todos estos cuidados, y ella, confiándose a Él, descansa llena de paz y seguridad.

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