Cuando se encuentra a Dios en todas las cosas, el uso que de ellas se hace por su voluntad no es uso de criaturas, sino fruición de la acción divina, que transmite sus dones por estos diversos canales. Estas cosas no santifican en absoluto por sí mismas, sino únicamente como instrumentos de la acción divina, que puede comunicar y comunica con gran frecuencia sus gracias a las almas sencillas a través de cosas que, en apariencia, son opuestas al fin que ella se propone.
La acción divina limpia con el barro [Jn 9,6-7], igual que con la más sutil de las materias, y el instrumento del que ella quiere servirse [la fe] es siempre único y el mismo. La fe cree siempre que nada le falta. Nunca se queja de la carencia de aquellos medios que estima útiles para su adelantamiento, porque sabe bien que el Obrero que les da eficacia, los suple eficazmente por su voluntad. En efecto, esta voluntad santa divina es la virtualidad de todas las criaturas.
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