Por eso el quietismo es insensato, al no querer usar de todos esos medios y al desechar todo lo sensible, pues hay sin duda almas a las que Dios quiere llevar por esta vía, y tanto su estado como sus inclinaciones interiores lo están indicando muy claramente. Es insensato igualmente el quietismo cuando propone modalidades de abandono en las que se rechaza toda actividad propia, y se pretende una completa quietud, pues si la voluntad de Dios es que se procure uno por sí mismo ciertas cosas, el verdadero abandono consiste en hacerlas.
En vano, pues, dicen: «lo más perfecto es la sumisión a la ordenación de Dios». Sí, es cierto, pero esta ordenación para unos se limita al cumplimiento de los deberes de su estado y a lo que viene de la Providencia sin ninguna actividad. Esto es lo más perfecto para éstos. Pero para otros, además de lo que procede de la Providencia sin actividad, esa ordenación divina señala también no pocos deberes concretos, diversas acciones que van más allá del propio estado. La gracia y la inspiración indican entonces lo que dispone la voluntad de Dios. Y lo más perfecto para estas almas es añadir todas esas cosas inspiradas, pero con las precauciones que la inspiración exige para no faltar a los deberes de estado y a las obligaciones de pura providencia.
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