jueves, 25 de junio de 2020

9.22. El justo vive de la fe

La fe certifica a estas almas la bondad de lo que están haciendo. Si leen o hablan, si escriben o consultan, solamente es para discernir mejor los medios concretos de la acción divina. Son cosas que entran en el orden providencial, y ellas las toman en ese sentido, como todas las demás cosas, tratando de apropiarse totalmente la moción divina, sin apropiarse de las cosas, y aprovechándose tanto de su presencia como de su carencia. Estas almas, continuamente apoyadas por la fe sobre esta acción infalible, inmutable, siempre eficaz, son capaces de verla y de gozar de ella en todas las cosas, sean grandes o pequeñas. Cada momento les comunica la acción divina pura y entera, y así usan ellas de las cosas no porque pongan en ellas su confianza, sino por obediencia a Dios y a esta acción interior, que ellas por la fe encuentran perfectamente hasta en las cosas aparentemente contrarias. Su vida se pasa así no en búsquedas y ansiedades, no en disgustos y lamentos, sino en una seguridad continua de tener siempre lo más perfecto.

Todas las situaciones del cuerpo y del alma, todo lo que les sucede por fuera o por dentro, aquello que cada instante les revela, constituye para estas almas su felicidad, pues es para ellas plenitud de acción divina. El más o el menos no tienen importancia alguna, porque lo que esta acción realiza es siempre la medida justa y verdadera. Y así, si ella quita pensamientos y palabras, libros, alimentos y personas, salud y la misma vida, es lo mismo que si diera lo contrario. Y el alma ama esa acción divina, y en uno u otro caso la cree igualmente santificante, sin dudar nunca de la oportunidad de su guía. Basta que las cosas estén para que el alma las apruebe, y basta que no estén para que las considere inútiles.

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