Dios mismo, «Él solo hizo grandes maravillas» [Sal 135,4], Él solo es el que hizo todo esto y lo hizo por tales medios que, cuanto más el alma se abandona, se distancia y separa de todo lo que pasa en ella, más y mejor perfecciona Él su obra. Por el contrario, las reflexiones, búsquedas e industrias del alma, no valdrían ya sino para oponerse a la manera de obrar de Dios, en la que está todo su bien, porque Él la santifica, la purifica, la dirige, la ilumina, la eleva, la dilata, la hace útil a los demás, y la vuelve apostólica, por medios y maneras en los que la reflexión no alcanza sino a ver lo contrario.
Todo, cada momento presente, parece contribuir a sacar el alma de su camino de amor y de sencilla obediencia. Es necesario, pues, tener un abandono y un coraje heroico para mantenerse estable en la simple fidelidad activa, haciendo el alma su parte con seguridad, mientras que la gracia hace la suya con un aire y estilo que hace creer al alma que estuviera engañada y perdida.
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