La sabiduría del alma sencilla consiste en contentarse con lo que le es propio, guardándose en los límites de su camino, sin salirse de su línea, sin curiosidad por saber cómo obra Dios, y se conforma con ver cumplida su voluntad sobre ella. No hace, pues, ningún esfuerzo por adivinarla por medio de comparaciones y conjeturas, ni se afana por saber más de lo que en cada instante le revela esa voluntad divina. Escucha la palabra del Verbo eterno cuando se hace oír en el fondo de su corazón, y no está deseosa de saber lo que el Esposo dice a los otros, contentándose con lo que ella misma recibe en lo interior de su corazón. Y de esto modo, sea que reciba mucho o poco, y de la naturaleza que sea, todo, en cada instante, la va divinizando sin ella saberlo.
Así es como el Esposo habla a la esposa con el lenguaje real de su acción santa, que ella no comprende, pues sólo ve lo natural de lo que le toca sufrir y hacer. Y así es como la espiritualidad del alma es santa, completamente substancial e íntimamente difundida en todo su ser. No la mueven a obrar las ideas ni las palabras altisonantes, que por sí mismas no sirven más que para hinchar el alma. Algunos dan en la vida espiritual mucha importancia al talento, pero no es apenas necesario, y a veces resulta perjudicial. En realidad lo único necesario es aplicarse fielmente a aquello que Dios va dando para sufrir o hacer.
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