¿Cómo habremos de prestar oído a la palabra que Dios nos dice en el fondo del corazón en cada momento? Si nuestros sentidos y nuestra razón no oyen nada, si no entienden la verdad y bondad de esas palabras, ¿no es debido a su incapacidad para la verdad divina? ¿Habrá de extrañarme que el misterio divino desconcierte la razón humana?
Dios habla, y es un misterio, es muerte para mis sentidos y para mi razón, pues los misterios los inmolan. Pero el misterio no es sino vida del corazón por la fe, y no hay en esto contradicción alguna. La acción divina mortifica y vivifica al mismo tiempo. Cuanto más se experimenta su muerte, más se cree que da vida. Cuanto más obscuro es el misterio, más luz tiene para iluminarnos. Por eso el alma sencilla no encuentra nada tan divino como aquello que es menor en apariencia. Esto es lo que hace la vida de la fe.
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