Nuestro Dios bondadoso ha puesto a nuestro alcance todas las cosas necesarias y comunes del orden natural, como el aire, el agua, la tierra. No hay nada más necesario que respirar, dormir, comer, y al mismo tiempo, nada más fácil que eso. Pues bien, en el orden sobrenatural el amor y la fidelidad son igualmente necesarios, y no es posible que nos sean tan difíciles como a veces nos lo presentan. Y Dios quiere contentarse en todas estas cosas, incluidas las más pequeñas, con la parte que el alma debe poner en la obra de su perfeccionamiento. Él mismo lo explica claramente, eliminando toda duda: «Venera a Dios y cumple sus mandatos, y eso es todo el hombre» [Qoh 12,13].
Es decir, eso es todo lo que el hombre debe hacer de su parte, y en eso consiste su fidelidad activa. Que él cumpla su parte y Dios hará el resto. La gracia reserva para sí sola las maravillas que sabe obrar, y que van más allá de toda inteligencia humana, pues «ni oído oyó, ni el ojo vio, ni el corazón del hombre llegó» [1Cor 2,9] a captar lo que Dios ha concebido en su mente, ha decidido en su voluntad y ha ejecutado por su potencia en las almas que se le abandonan con sencillez.
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