Oh santo desasimiento, tú abres lugar a Dios. Oh pureza, disposición a todo, sumisión sin reserva, tú atraes a Dios al fondo del corazón. Sea lo que fuere de todo lo demás, tú, Señor, eres todo mi bien. Haz todo lo que quieras de este pequeño ser. Que actúe, que tenga inspiraciones, que reciba más o menos tus mociones, todo es lo mismo, y todo es tuyo, de ti y para ti. Yo no quiero por mí mismo ver o hacer nada, pues todos los instantes de mi vida son tuyos, y ninguno está bajo mi disposición. Todo es tuyo, y yo no debo añadir nada, ni disminuirlo, ni buscar, ni reflexionar. La ordenación de todo es tuya. A ti corresponde ordenarlo todo: la santidad, la perfección, la salud, la dirección, la mortificación. Todo es asunto tuyo, y el mío no es otro, Señor, que estar contento de ti, sin apropiarme acción ni pasión alguna, dejándolo todo a tu libre voluntad.
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