viernes, 26 de junio de 2020

8.12. Fieles a los mandamientos, dóciles a la ordenación providente

¡Qué llena de bondad y de sabiduría está la acción de Dios! De tal modo ha reservado Él a su sola gracia y acción todo lo más sublime y elevado, lo más grande y admirable, en el camino de la perfección y santidad, y de tal modo ha dejado a las almas, ayudadas por el auxilio de su gracia, lo que es pequeño, claro y fácil, que no hay nadie en el mundo a quien no sea dada la posibilidad de llegar a la perfección más eminente. Todo lo que pertenece al estado de la vida, a los deberes, a las condiciones corporales, todo está al alcance del cristiano. Y en todo eso, dejando a un lado el pecado, es en lo que Dios quiere que el hombre empeñe su fidelidad activa. Él no espera de nosotros más que vernos cumplir su voluntad significada por el deber, según nuestras fuerzas corporales y espirituales, y permanecer celosos en nuestras otras obligaciones, en la medida en que nos sea posible.

¿Puede haber algo más fácil y razonable? Ése es todo el trabajo que Dios exige al alma en la obra de su santificación. Y eso sí, lo exige a grandes y pequeños, sanos y enfermos, es decir, a todos, en todo tiempo y en todo lugar. Es cierto que Él sólo pide de nuestra parte algo asequible y fácil, ya que basta con mantener esa actitud sencilla para llegar a una gran santidad.

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