Dios mío, yo quiero con toda mi alma ser misionero de tu santa voluntad y enseñarle a todo el mundo que no hay cosa tan fácil, tan común y tan al alcance de todos como la santidad. Cuánto desearía yo poder convencer a todos de que así como el buen ladrón y el malo [crucificados junto a Jesús] no tenían que hacer o sufrir cosas distintas para ser santos, del mismo modo dos almas, una mundana y otra muy interior y espiritual no tienen que hacer o sufrir una más que otra; que la que se condena, se condena haciendo por capricho aquello mismo que el otro que se salva hace por sumisión a la voluntad divina; y que la que se pierde, se pierde sufriendo con rebeldía y protesta aquello mismo que la otra sufre con resignación. Es en el corazón donde está la diferencia.
Almas queridas, que leéis esto, creed que la santidad no va costaros más. Haced lo que hacéis y sufrid lo que sufrís: es vuestro corazón solamente lo que hay que cambiar. Ese corazón que es la voluntad, y ese cambio que consiste en querer todo lo que os va sucediendo por voluntad de Dios. Sí, la santidad del corazón es un simple fiat, una simple disposición de la voluntad, que se conforma a la de Dios. ¿Hay cosa más fácil? Porque ¿quién no amará una voluntad tan amable y tan buena? Sólo por ese amor todo se hace divino.
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