viernes, 26 de junio de 2020

7.8. Templos de la Trinidad

La presencia de Dios, que santifica nuestras almas, es esta morada de la Santísima Trinidad, que toma posesión de nuestros corazones, cuando éstos se someten a la voluntad divina. Porque la presencia de Dios que se realiza por el acto de la contemplación no obra en nosotros esta íntima unión sino como todas las otras cosas que se viven según la ordenación de Dios. Entre todas ellas, la contemplación tendrá siempre el primer lugar, porque es el medio más excelente para unirse a Dios; pero siempre y cuando su voluntad ordene que se ejercite.

Gozamos de Dios y lo poseemos por la unión con su voluntad, y buscar ese divino gozo por otros medios sería una ilusión. La voluntad de Dios es el medio universal. El medio no es ni esta manera ni esta otra, pues Él tiene la virtud de santificar todas las maneras y todos los modos particulares. Esta divina voluntad se une a nuestras almas de mil modos diferentes, y aquél que nos apropia es siempre el mejor para nosotros. Todos los modos deben ser estimados y amado, porque todos pueden ser ordenación de Dios, que se acomoda a cada alma para obrar en ella la unión divina, eligiendo para aquella el modo propio. Y el alma debe contentarse con esta elección, sin elegir nada distinto por sí misma, prefiriendo seguir esta voluntad adorable, hasta el punto de amarla y estimarla igual que aquellos otros modos destinados a otras.

Por ejemplo, si la voluntad divina me manda oraciones vocales, sentimientos afectivos, luces sobre los misterios, yo debo amar también el silencio y la desnudez que la vida de fe opera en otros; pero, en cuanto a mí, me entregaré a practicar este deber presente, y por él me uniré a Dios.

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