Cuando un alma ha encontrado la moción divina, deja todas las prácticas y obras fijas, métodos y medios, libros, ideas y personas espirituales, a fin de quedar suelto solamente bajo la guía de Dios y de su moción, que viene a hacerse así el principio único de su perfección. El alma es de este modo, bajo la mano divina, como todos los santos han sido siempre. Sabe bien que únicamente esta acción divina conoce el camino que le es propio, y que si se pone a buscar medios creados no conseguirá sino apartarse de la obra desconocida que Dios realiza en ella. En efecto, sólo la acción divina misteriosa puede dirigir y guiar las almas por los caminos que sólo ella conoce.
Participan estas almas de la disposición del viento, que sólo puede ser conocido en el momento presente, pues en qué dirección haya de ir después, según la voluntad de Dios y su ordenación divina, únicamente podrá ser conocido en los momentos siguientes [Jn 3,8]. Lo que Él hace en estas almas y les hace hacer, bien sea por inspiraciones secretas inequívocas, o bien por el deber del estado en que viven, es todo lo que ellas saben de espiritualidad: ésas son sus visiones y revelaciones privadas, ésa es toda su sabiduría y su don de consejo, y es tal que nunca se ven carentes de nada.
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