viernes, 26 de junio de 2020

7.11. El pan vivo del momento presente

¿Hasta cuándo andaremos llenando la capacidad de nuestra alma de las penas e inquietudes particulares acerca de nuestros momentos presentes? ¿Cuándo conseguiremos que en nosotros «Dios sea todo en todas las cosas» [1Cor 15,28]? Dejemos que esto y aquello nos muestren lo que de verdad son, y nosotros, más allá de todo eso, vivamos muy puramente de Dios mismo.

Por esto es por lo que Dios permite tantas destrucciones y aniquilamientos, tantas muertes, obscuridades, confusiones y miserias en todo lo que sucede a ciertas almas. Todo lo que sufren y hacen se muestra muy pequeño y despreciable a sus propios ojos y a los de los demás. En todos los instantes de su vida no hay nada que brille, todo es común. Dentro, turbación; fuera, contradicción y planes fracasados. Un cuerpo débil y sujeto a mil necesidades, cuyas sensaciones son todo lo contrario de la admirable pobreza y austeridad de los santos. No se ven limosnas excesivas, ni un celo ardiente y expansivo, y el alma, en cuanto a los sentidos y al espíritu, está siendo alimentada por un pan completamente repugnante, que no corresponde en absoluto a su gusto; ella aspira a otras cosas muy distintas, pero todos los caminos que conducen a esa santidad tan deseada se le muestran cerrados.

Es necesario vivir de esta pan de angustia, de este pan de ceniza, con una congoja interior y exterior continua. Es necesario aceptar una modalidad de santidad que sin cesar contraría de una manera cruel e irremediable. La voluntad sufre hambre, pero no halla medio de saciarlo. ¿Para qué todo esto? Todo esto es para que el alma sea mortificada en todo aquello que en ella hay de más espiritual e íntimo, de modo que, no encontrando gusto ni satisfacción en nada de lo que le sucede, ponga todo su gusto en Dios, que la lleva expresamente por esta vía, para que sólo Él mismo pueda agradarle.

Dejemos, pues, la corteza de nuestra penosa vida, ya que no sirve más que para humillarnos ante nuestros ojos y ante los demás. O mejor, ocultémonos bajo esa corteza y gocemos de Dios, el único que es todo nuestro bien. Sirvámonos de esta enfermedad, de estas limitaciones y preocupaciones, de estas necesidades de alimentos, vestidos o muebles, de estas desgracias, de ese desprecio de algunos, de esos temores e incertidumbres, de todas esas turbaciones, para encontrar todo nuestro bien en el gozo de Dios que, a través de todas esas cosas, se nos da totalmente como nuestro único bien.

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