viernes, 26 de junio de 2020

8.3. El abandono es fidelidad a toda clase de voluntad divina

El abandono comprende en el corazón todas las maneras posibles de fidelidad, porque estando el propio ser entregado a la voluntad de Dios, y hecha esta cesión de sí mismo por puro amor, afecta a todas las operaciones posibles de ese beneplácito divino. Así el alma en cada instante se ejercita en un infinito abandono, pues todas las condiciones y maneras posibles están comprendidas en su virtud.

Según esto, no es en absoluto asunto del alma determinar concretamente el objeto de la sumisión que debe a Dios, sino que su única ocupación ha de ser simplemente estar sumisa en todo y presta a todo. Eso es lo esencial del abandono, eso es lo que Dios exige del alma, ésa es la donación libre del corazón que Él solicita: la abnegación, la obediencia, el amor. El resto es asunto de Dios.

Y sea que el alma actúe atentamente para cumplir el deber al que su estado y compromisos le obligan, sea que ella siga dulcemente una moción inspirada, o sea que ella se someta pacíficamente al impulso de la gracia en cuerpo y alma, en todo esto afirma en el fondo de su corazón un mismo acto universal y general de abandono, que en modo alguno está limitado por el término y efecto especial que se ve al momento, sino que, en realidad, tiene todo el mérito y la eficacia que la buena voluntad sincera siempre tiene cuando el efecto no depende de ella en absoluto; lo que ella ha querido hacer Dios lo tiene por hecho.

Si el deseo de Dios pone límites al ejercicio de las facultades particulares, no se los pone a la voluntad. El deseo de Dios, el ser y la esencia de Dios, son el objeto de la voluntad y, a través del amor, Dios se une a ella sin límite alguno, sin forma ni medida. Y si este amor no se realiza en las facultades particulares más que en un objeto u otro bien concreto, es precisamente porque la voluntad de Dios tiene en ellas su propia perfección, y se reduce, por así decir, se hace más pequeña en la cualidad del momento presente, y de esta forma pasa a las facultades y de éstas al corazón, porque éste es puro, sin límites y sin reserva, y se comunica a él a causa de su infinita capacidad, obrada por la pureza del amor que, habiendo hecho el vacío de todas las cosas, le hace capaz de Dios.

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