Esa acción divina es la que ha hecho a Abel, Noé, Abraham, bajo modelos diferentes. Isaac es un original suyo, y Jacob no es una copia ni de José ni de él. Moisés no ha tenido a nadie semejante entre sus antepasados. David y los profetas son todos distintos de los patriarcas. San Juan Bautista es más grande que todos ellos.
Jesucristo es el primogénito: los apóstoles obran más por la moción de su espíritu que por la imitación de sus obras. Y Jesucristo no se ha imitado a sí mismo, ni ha seguido a la letra sus propias doctrinas. El Espíritu divino inspira siempre su santa alma, y él, abandonado siempre a su inspiración, no tiene necesidad de consultar al momento precedente para dar forma al siguiente. La moción de la gracia da forma a todos sus instantes siguiendo el modelo de las verdades eternas, que la Santísima Trinidad guarda en su invisible e impenetrable sabiduría. El alma de Jesucristo recibe en cada momento las órdenes y las realiza, haciéndolas visibles. El Evangelio nos va mostrando la continuidad de estas verdades en la vida de Jesucristo, y Él mismo, siempre vivo y operante, vive y obra continuamente, también hoy, nuevas cosas en las almas santas.
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