Cuando uno es conducido por un guía a través de un país desconocido, de noche, por los campos, sin camino, según su instinto, sin tomar consejo de nadie, y sin querer descubrir sus planes, ¿puede tomarse otra actitud que la del abandono? ¿Sirve de algo mirar dónde está uno, interrogar a los que pasan, consultar el mapa o a otros viajeros? El plan y, por decirlo así, el capricho del guía, que quiere que se confíe en él, se verían contrariados por todo eso. Le agrada poner a prueba la inquietud y la desconfianza del que es conducido, pues lo que pretende es que se confíe totalmente a él; y si se asegura de que es bien guiado, ya no habría ahí ni fe ni abandono.
La acción divina es esencialmente buena, y no quiere en absoluto ser cambiada o controlada. Comenzó a obrar desde la creación del mundo y, desde entonces, fecunda e inagotable, obra sin limitación alguna, dando cada día y momento nuevas pruebas de su poder. Hacía esto ayer, y hoy hace esto otro. Es la misma acción que se va aplicando a todos los momentos por medio de efectos siempre nuevos, y así se irá desplegando eternamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario