De ese modo entendemos y vivimos la substancia misma de el Padre nuestro, la oración incomparable que nos enseñó Jesucristo. Todos los días rezamos esta oración varias veces, según el mandamiento de Dios y de su santa Iglesia. En todos los momentos la estamos rezando en el fondo del corazón, si nuestro amor está pronto a sufrir y hacer todo lo que disponga la divina voluntad adorable. Y eso que la boca dice, pronunciando sucesivamente sílabas y palabras, el corazón lo dice realmente en cada instante.
Y de este modo las almas sencillas bendicen a Dios continuamente en lo más profundo de su corazón, doliéndose de su impotencia, que no les permite hacerlo de otro modo. Así se hace verdad que a estas almas de fe Dios hace donación de sus gracias y favores incluso por aquello mismo que parece una privación. Ése es el secreto de la Sabiduría divina, empobrecer los sentidos enriqueciendo el corazón; un vacío de aquéllos permite la plenitud de este otro. Y todo esto se cumple tan universalmente, que la santidad más grande se da en las apariencias más pequeñas.
Todo lo que sucede en cada momento lleva en sí el sello de la voluntad de Dios. ¡Qué santo es su nombre! ¡Qué justo es, pues, bendecir lo que sucede y tratarlo como algo sagrado, que santifica a quien se aplica! ¿Podrán considerarse los sucesos que expresan el nombre divino sin sentir hacia ellos una veneración infinita? Son un maná divino, que baja del cielo para darnos un crecimiento continuo en la gracia. Son un reino de santidad que entra en el alma. Son el pan de los ángeles, que se come en la tierra como en el cielo. Ninguno de nuestros instantes es pequeño, pues todos llevan en sí un reino de santidad, un alimento angélico.
Venga, Señor, ese reino a mi corazón, para santificarlo, alimentarlo, purificarlo y hacerlo victorioso de todos mis enemigos. Precioso momento, ¡qué pequeño pareces y qué grande eres a los ojos de mi corazón, pues eres el medio para recibir uno a uno los dones de la mano de un Padre que reina en los cielos! Todo lo que viene de lo alto es excelente, todo lo que de allí viene lleva el sello de su origen celestial.
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