El talento, con todo lo que de él depende, quiere ser considerado como el primero entre los medios dispuestos por Dios para que de ellos nos sirvamos. Y sin embargo, es preciso reducirlo al último lugar, como a un esclavo peligroso. El corazón sencillo podrá obtener de él grandes servicios, si sabe tenerlo a raya; pero sufrirá de él graves perjuicios, si no lo mantiene bien sujeto. Cuando el alma ansía en exceso ciertos medios creados, la acción divina le dice al corazón «mi gracia te basta» [2Cor 12,9]. Pero si ella ansía renunciar a esos medios, la acción divina le dice al alma que son instrumentos que ella no debe tomar o dejar por su cuenta, sino que debe ajustarse con sencillez a la voluntad de Dios, «usando de todo como si no se usara» [1Cor 7,31], o bien «privada de todo, pero poseyéndolo todo» [2Cor 6,10].
Siendo la acción divina una plenitud indeficiente, el vacío que causa la acción propia es una plenitud engañosa, que excluye la acción divina. La plenitud de la acción divina, transmitida por el medio creado que ella aplica, causa un verdadero crecimiento de santidad y simplicidad, de pureza y desasimiento. Se recibe así al príncipe, recibiendo su séquito. Sería hacerle injuria al príncipe no prestar ningún homenaje a sus acompañantes, con el pretexto de que se le quiere recibir a él solo. Apliquémonos, pues, todo esto. El mismo Dios santo de los siglos antiguos es el Dios del presente y de los siglos por venir, y no hay momento que Él no plenifique con su infinita santidad.
Si lo que Dios mismo elige para ti no te satisface ¿qué otra mano que la suya podrá contentarte? Si te disgusta la comida que la misma voluntad divina te ha preparado ¿qué alimento será agradable a gusto tan depravado? El alma no puede ser verdaderamente alimentada, fortalecida, purificada, enriquecida, santificada, sino por esta plenitud divina del momento presente. ¿Qué más quieres tú? Si puedes encontrar ahí todos los bienes ¿para qué los andas buscando en otras partes? ¿Entiendes tú de estas cosas más que Dios? Si Él ha ordenado que esto sea así ¿cómo te atreves tú a desear que no sea así? ¿Piensas que pueden equivocarse su sabiduría y su bondad? Desde el instante en que ves que Él hace una cosa ¿no has de estar tú convencido de que es excelente? Convéncete de que la acción divina emanada de la disposición de Dios es necesariamente excelente, pues es su voluntad, y de que no vas a encontrar en otra parte una santidad, por buena que sea en sí misma, que sea más apropiada para tu santificación.
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