El corazón asegura: «todo irá bien», pues es Dios quien realiza la obra. No hay miedo. El mismo miedo, la privación, la desolación no son más que versos de cánticos de tinieblas, que son cantados con entusiasmo sin omitir ni una sílaba, en la certeza de que todo culmina en el Gloria Patri. Así es como de su extravío hace el alma su propio camino. Las mismas tinieblas sirven para guiar, y las dudas para dar seguridad. Y cuanto menos va Isaac dónde encontrar algo para hacer el sacrificio, más Abraham lo espera todo de la Providencia [Gén 22,7-8].
Las almas que caminan en la luz cantan cánticos de luz, y las que caminan en tinieblas cantan un cántico de tinieblas. Hay que dejar que cada uno cante de principio a fin la partitura que Dios le ha dado. No hay que añadir nada a lo que Él completa, sino dejar que caigan una a una las gotas de hiel de esas divinas amarguras embriagantes. Jeremías, Ezequiel, pasando por estas tinieblas, no tenían más palabras que suspiros y sollozos, y no encontraban consolación sino en la continuación de sus lamentos. Por eso, quien hubiera detenido el curso de sus lágrimas, nos habría privado de algunas de las páginas más hermosas de la Escritura. El mismo Espíritu que llena de desolación es el único que puede consolar. Son aguas diferentes que manan de una misma fuente.
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