Vamos, pues, alma mía, vamos a Dios por el abandono, y ya que la virtud exige industria y esfuerzos, confesémosle nuestra impotencia y confiemos en que dios no permitirá que no podamos andar a pie, si Él no ha decidido en su bondad llevarnos en brazos.
Y siendo así ¿qué necesidad tenemos de luz, Señor, de ver y sentir, de seguridad, ideas y reflexiones, ya que no vamos a pie, sino llevados en brazos de la Providencia? Cuantas más tinieblas, abismos, obstáculos, muertes, desiertos, temores, persecuciones, sequedades, pobrezas, aburrimientos, angustias, desesperaciones, purgatorios e infiernos haya en nuestro camino, más grandes serán nuestra fe y nuestra confianza. Bastará con levantar los ojos a ti para vernos protegidos de tan grandes peligros.
Entonces nos olvidaremos de los caminos y de sus condiciones, nos olvidaremos de nosotros mismos y, absolutamente abandonados a la sabiduría, bondad y potencia de nuestro Guía, solamente nos acordaremos de amarte, de evitar todo pecado, incluso el más pequeño, y de cumplir las obligaciones de nuestro deber.
Éste será el único cuidado, Amor querido, que tú encargas a tus queridos hijos pequeños, ocupándote tú de todo el resto. Y ellos, cuanto más terrible sea este resto, más esperan y reconocen tu presencia. No se preocupan más que de amar, como si ellos ya no existieran. Y cumplen sus pequeños deberes como un niño que en el regazo de su madre se ocupa en sus entretenimientos, como si en el mundo no existieran más que su madre y sus juegos.
El alma ha de ir más allá de todo lo que le hace sombra. La noche no es tiempo de obrar, sino de descansar. La luz de la razón solamente puede acrecentar las tinieblas de la fe, y el rayo de luz que las atraviesa ha de venir de más alto que ellas.
Cuando Dios se comunica a un alma como vida, no se presenta ya a sus ojos como camino y como verdad [Jn 14,6]. La esposa busca al Esposo en la noche [Cant 3,1], y él está detrás de ella, la tiene entre sus manos y la impulsa. Ella le busca delante, sin encontrarle. Pero él ya no es objeto de ideas, sino principio e impulso.
En la acción divina hay recursos secretos e inesperados, maravillosos y desconocidos, para todas las necesidades, problemas y perturbaciones, caídas y contradicciones, incertidumbres e inquietudes, así como para las dudas de unas almas que ya no confían en su propia acción. Cuanto más se complica la situación, más feliz se espera el desenlace.
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