Y sin embargo, se deja este alimento substancial divino y se ocupa el espíritu en historias maravillosas de la obra divina, en vez de continuarlas en uno mismo por la fidelidad. Nuestra curiosidad se satisface leyendo esas maravillas de las obras divinas, pero esta lectura, en realidad, no sirve más que para disgustarnos de esas cosas, pequeñas en apariencia, por las que podría hacer Dios en nosotros cosas grandes, si no las despreciáramos. ¡Qué insensatos somos! Admiramos, bendecimos esta acción divina en los escritos que exhiben estas historias, y cuando Dios quiere continuar escribiéndolas sin tinta en nuestros corazones, movemos nosotros el papel con nuestras inquietudes continuas, y además no le dejamos escribir por la curiosidad de ver lo que Él hace en nosotros y en los demás.
Perdón, Amor divino, pues no puede escribir aquí sino mis defectos, ya que en mí mismo no he captado bien lo que es de verdad dejarte hacer. Todavía yo no me he dejado poner el molde. He recorrido tus talleres, admirando tus obras de arte, pero en modo alguno me he entregado todavía a ti con el abandono necesario para recibir los trazos de tu pincel. Pero, en fin, aquí me tienes, querido Maestro mío, mi Doctor, mi Padre, mi Amor querido. Quiero ser tu discípulo, y deseo ir solamente a tu escuela. He vuelto como el hijo pródigo, hambriento de tu pan. Dejo a un lado ideas y libros espirituales. Prescindo de conversaciones vanas, y solamente usaré de todas esas cosas cuando lo quiera la acción divina, no por satisfacerme, sino para obedecerte en todas las cosas que se presenten. Quiero ocuparme en el único asunto del momento presente para amarte, para cumplir mis obligaciones y para dejarte hacer en mí.
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