El Espíritu infinito se difunde en todos los corazones para darles una vida absolutamente particular. Él habla en Isaías, Jeremías, Ezequiel, en los apóstoles, y todos, sin estudiar unos los escritos de los otros, sirven de instrumentos a ese Espíritu para dar al mundo obras siempre nuevas. Y si las almas supieran asimilar esta acción, su vida no sería sino una serie de divinas escrituras, que, hasta el fin del mundo, se seguirían escribiendo, no con tinta y papel, sino sobre sus corazones [2Cor 3,3]. Todo esto llena el Libro de la Vida, que no será, como la Sagrada Escritura, la historia de la acción divina durante los siglos, desde la creación hasta el juicio final, sino que en él serán escritas todas las acciones, pensamientos, palabras y sufrimientos de las almas, de tal modo que la Escritura vendrá a ser entonces una historia completa de la acción de Dios.
La continuación del Nuevo Testamento se escribe ahora, en el presente, mediante acciones y sufrimientos. Las almas santas han venido a suceder así a los profetas y apóstoles, pero no para escribir Libros canónicos, sino para continuar la historia de la acción divina con sus vidas, cada uno de cuyos instantes son como sílabas y frases, mediante las cuales este acción se expresa de una manera viva. Los libros que el Espíritu Santo inspira al presente son libros vivientes. Cada alma santa es un volumen, y este Autor celeste va haciendo así una verdadera revelación de su obra interior, manifestándose en todos los corazones y a lo largo de todos los momentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario