La voluntad de Dios dispone de nuestro ser de dos maneras: o le obliga a hacer ciertas cosas, o simplemente obra en él. El primer modo exige de nosotros el fiel cumplimiento de esa voluntad manifestada o inspirada; el segundo, una simple y pasiva sumisión a las mociones de esa voluntad de Dios. Pues bien, el abandono comprende todo eso, pues no es sino la perfecta sumisión a las disposiciones de Dios según la condición del momento presente. Y poco le importa al alma saber de cuál de los modos está obligada a abandonarse o cuáles son las cualidades del momento presente; lo único que le importa es estar abandonada sin reservas.
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