Pero volviendo a estas almas, puede decirse que su corazón es el intérprete de la voluntad de Dios. Hay que sondear aquello que dice el corazón, pues él la interpreta según las circunstancias. La acción divina revela sus deseos al corazón no por ideas, sino por mociones. Ella se los descubre o por hallazgos, haciéndole obrar a la aventura, o por necesidad, no permitiéndole otra opción que aquélla que se le presenta, o por la aplicación eventual de medios necesarios, como, por ejemplo, cuando es preciso decir o hacer algo en un primer movimiento, o en un impulso sobrenatural o extraordinario; o bien, en fin, por una aplicación activa de inclinación o alejamiento, según la cual se acerque o aleje de cierto objeto.
Pues bien, si juzgamos por la apariencias, en se dejarse ir hacia lo incierto no hay sino una gran falta de virtud. Si se juzga la cuestión por las reglas ordinarias, esa conducta carece por completo de regularidad, uniformidad y concierto. Y sin embargo, la verdad es que se necesita el máximo grado de virtud para llegar a ese estado espiritual, y normalmente no se alcanza dicho estado sino después de haberse ejercitado largo tiempo en los modos ordinarios. La virtud de este estado es la más pura virtud, es, simplemente, la misma perfección.
Es como un músico que uniera a un prolongado ejercicio un conocimiento perfecto de la música. Su arte sería tan pleno que, sin pensarlo, todo lo que hiciera en el campo de su arte llevaría el sello de la perfección. Y si se examinaran sus composiciones, se hallaría en ellas una conformidad perfecta con todo lo que prescriben las reglas de la música. Nunca este músico habrá cumplido mejor con esas reglas que cuando, libre su genio de su constricción escrupulosa, ha actuado sin temor alguno, de tal modo que sus impromptus, como verdaderas obras de arte, llenarán de admiración a los entendidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario