Este toque en las almas abrasadas se llama puro amor, pues derrama un torrente de gozo desbordante sobre todas las facultades, con plenitud de confianza y de luz. Pero en las almas embriagadas de ajenjo ese mismo toque se llama pura fe, porque la obscuridad y las sombras de la noche son todas ellas puras.
El puro amor ve, siente y cree. La pura fe cree sin ver ni sentir. Ésta es la diferencia entre uno y otra, que no se funda sino en apariencias que no son las mismas, pues, en realidad, así como el estado de pura fe no carece de amor, del mismo modo el estado del puro amor no carece ni de fe ni de abandono. Pero se emplean estos términos a causa de lo que predomina en cada estado.
La mezcla diferente de estas virtudes bajo este toque del Espíritu marca la variedad de todos los estados de la vida sobrenatural, y como Dios los puede mezclar en infinitos modos, no hay alma que no reciba este precioso toque con alguna peculiaridad propia de ella. Pero ¿qué más da? Se trata siempre de fe, esperanza y caridad.
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