Éste es, Amor querido, el abandono que yo predico, y no un estado particular. Considero con gran amor todos los estados en que tu gracia pone a las almas y, sin tener más estima por uno que por otro, enseño a todas un medio general para llegar a aquél que tú les has designado. Solamente pido a todas esa voluntad de abandonarse completamente a tu guía. Tú les harás llegar infaliblemente a aquel estado que es el más excelente para ellas.
Ésta es la fe que les predico, el abandono, hecho de confianza y fe. No pido sino la voluntad de entregarse a la acción divina, para ser su instrumento, creyendo que obra en todo instante y en todas las cosas, con más o menos feliz resultado, según la mayor o menor buena voluntad del alma. Ésta es la fe que predico. No un estado especial de fe y de amor puro, sino un estado general de buena voluntad, que abraza todas las diferencias de estado y circunstancias particulares en que Dios pone a cada alma, y donde, bajo distintas formas, les comunica las gracias que desde la eternidad les tiene preparadas. Hablo a las almas que sufren, pero aquí también hablo a toda clase de almas, porque la verdadera intuición de mi corazón es anunciar a todos el secreto evangélico y «ser todo para todos» [1Cor 9,22].
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