Pero ¿de qué pan se alimenta la fe de María y de José, cuál es el sacramento de todos sus momentos sagrados? ¿Qué se descubre bajo la apariencia común de los acontecimientos que los llenan? Lo que allí sucede es visible, es lo que ordinariamente vemos en todos los hombres; pero lo invisible que la fe allí descubre y reconoce es nada menos que el mismo Dios realizando obras grandes [Lc 1,49].
¡Oh Pan de los ángeles, maná celeste, perla evangélica, sacramento del momento presente! Tú nos das al mismo Dios bajo las apariencias tan viles del estable y la cuna, la paja y el heno... ¿Pero a quién se lo das? A los hambrientos los colma de bienes [1,53]. Dios se revela a los pequeños en las cosas más pequeñas; y los grandes, que solo miran la apariencia, no le reconocen, no lo descubren ni aun en las grandes.
¿Hay algún modo secreto para encontrar este tesoro, este grano de mostaza, esta dracma? En absoluto. Es un tesoro que está en todas partes, y que se ofrece a nosotros en todo tiempo y lugar. Como Dios, las criaturas todas, amigas y enemigas, lo derraman a manos llenas, y lo hacen fluir por todas las facultades de nuestro cuerpo y potencias de nuestra alma, hasta el centro mismo del corazón. Abramos, pues, nuestra boca, y nos será llenada. Sí, la acción divina inunda el universo, penetra y envuelve todas las criaturas, y en cualquier parte que estén ellas, ella está, las adelanta, las acompaña, las sigue. Lo único que hay que hacer es dejar llevar por su impulso.
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