No desanimemos, no rechacemos, no alejemos a nadie de la más eminente perfección. Jesús llama a todo el mundo a la perfección, pues a todos exige que sean fieles a la voluntad de su Padre, de modo que todos vengan a formar su Cuerpo místico, cuyos miembros no pueden llamarle Señor con verdad sino en la medida en que sus voluntades se hallen perfectamente de acuerdo con la suya. Repitamos incesantemente a todas las almas que la invitación de este dulce y amable Salvador no exige de ellas nada que sea difícil, ni extraordinario. Él no les exige ninguna habilidad especial; solamente quiere que su buena voluntad esté unida a la suya, para así conducirlas, dirigirlas y favorecerlas en la medida de esa unión.
¡Sí, almas queridas! Dios no quiere más que vuestro corazón. Si buscáis este tesoro, este reino en que sólo Dios reina, lo encontraréis. Si vuestro corazón se entrega totalmente a Dios hallaréis, desde ese momento, aquel tesoro, aquel mismo reino que deseáis y buscáis. Cuando se ama a Dios y su voluntad, se goza de Dios y de su querer, y este gozo corresponde perfectamente al deseo que se tiene de amarlo. Amar a Dios es desear sinceramente amarle. Y porque se le ama, por eso se quiere ser instrumento de su acción, para que su amor obre en nosotros y a través de nosotros.
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