En esta almas solitarias, todo es eficacia, todo predica, todo es apostólico. Dios da a su silencio, a su reposo, a su olvido, a su desprendimiento, a sus palabras, a sus gestos, una cierta virtud que opera sin ellas saberlo en las almas. Y como estas almas son dirigidas por las acciones ocasionales de mil criaturas, de las que se sirve la gracia para instruirles sin que ellas de den cuenta, así también sirven ellas de confortación y de dirección a no pocas almas, sin que exista para ello ninguna vinculación o relación expresa.
Es Dios quien obra en estas almas, pero por movimientos imprevistos y muchas veces desconocidos, de manera que son como Jesús, del que manaba una virtud que curaba a otros [Lc 6,19]. La diferencia está en que ellas no sienten la irradiación de esa virtud, a la que no contribuyen por una cooperación activa; son, más bien, como un bálsamo oculto, cuyo perfume se siente sin conocerlo, y que él mismo se ignora.
El estado espiritual que describo se parece sobre todo al estado de Jesús, de la santísima Virgen y de San José.
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