Pues bien, el abandono es el medio universal para recibir de algún modo las virtudes generales de esos toques. No todas las almas pueden aspirar al mismo modo y al mismo estado bajo las divinas mociones; pero todas ellas pueden unirse a Dios, todas pueden abandonarse a su acción, todas ser esposas abandonadas en Él, todas recibir las gracias del estado que les es propio, todas, en fin, encontrar el reino de Dios y tomar parte en su grandeza y en la excelencia de sus valores. Es un imperio en el que toda alma puede aspirar a una corona, sea de amor o sea de fe, que siempre es el reino de Dios.
Es cierto que existe una diferencia, pues mientras unas están en las tinieblas, otras están en la luz. Pero, digámoslo ya, ¿qué importa esto, con tal de que unas y otras estén unidas a Dios y a su acción? ¿Es el nombre del estado lo que cuenta? ¿En eso está su distinción y su excelencia? De ningún modo. Lo decisivo es la unión con el mismo Dios y con su acción. La manera debe ser indiferente al alma.
Prediquemos, pues, a todas las almas no tanto el estado de pura fe o de puro amor, de cruz o de caricias, pues eso no puede darse por igual a todas y de la misma manera. Prediquemos en cambio a todos los corazones sencillos y entregados a Dios el abandono a la acción divina en general, y hagamos comprender a todos que por estos medios recibirán el estado particular que esta acción divina les ha elegido y destinado desde toda la eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario