viernes, 3 de julio de 2020

5.5. Lo de menos es tener o no talentos

La acción divina corresponde a la voluntad del alma sencilla y santa, y no a sus habilidades. Corresponde a su pureza de intención, y no a los medios que elige, a los proyectos que forma, a las maneras que imagina o a los medios que adopta. En todo esto puede engañarse el alma. Y no es raro que suceda. Pero su rectitud y su buena intención no le engañan jamás. Y Dios conoce y ve esta buena disposición de la persona, no se fija en el resto, y toma como hecho todo lo bueno que ésta infaliblemente haría, si conocimientos más exactos secundasen su buena voluntad.

Nada, pues, tiene que temer el alma de buena voluntad. Si cae, no puede caer sino en esta omnipotente mano, que la conduce y levanta, en sus mismos extravíos, que la aproxima al fin cuando se aleja de él, que la vuelve a su camino cuando se extravió. El alma encuentra siempre un apoyo en esta mano divina, que la guía entre los precipicios, en cuyo borde la coloca el esfuerzo y la astucia de las facultades ciegas que la desvían; le hace ver cómo debe despreciarlas, contando sólo con ella y abandonándose enteramente a su infalible gobierno. En todo caso, los errores en que caen las almas buenas van a dar en seguida en el abandono, por lo que jamás se encuentran sin recurso, pues, como dice la Escritura, «todo coopera para su bien» [Rm 8,28].

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