sábado, 4 de julio de 2020

Aclaraciones - Índice

En este blog se transcribe el libro "El abandono en la divina Providencia" del padre Jean-Pierre de Caussade.

Es un blog cerrado. O sea, no hay más entradas que las que verá a continuación. ¿La razón?  Facilitar la lectura (sobre todo en el celular). Se publicaron los capítulos de manera tal que el primer capítulo quedara al comienzo. 


(Para más libros en este formato, visite: https://librosenblogs.blogspot.com/2020/04/listado-de-libros.html). 


El texto y la traducción del presente libro se obtuvo de la página "Gratis Date", en donde podrán encontrar otros libros de su interés.  

A continuación se encuentra el índice con los links correspondientes, por si quiere seguirlo desde esta primera entrada.



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Índice


Prefacio 

1. Cómo Dios nos habla y cómo debemos escucharle

2. Modo de actuar en el estado de abandono y pasividad, y antes de que se haya llegado a él

3. Disposiciones para el abandono y sus efectos

4. El estado de abandono, su necesidad y sus maravillas

5. El estado de pura fe

6. Pura fe y abandono a la acción divina

7. El orden de la Providencia es el que nos santifica. Pequeñez de esta ordenación en aquellos que Dios santifica sin brillo y sin esfuerzos

8. Hay que sacrificarse a Dios por amor al deber. Fidelidad para cumplirlo y parte del alma en la obra de la santificación. Dios hace todo el resto Él solo

9. La voluntad de Dios y el momento presente

10. El secreto de la espiritualidad está en amar a Dios y servirle, uniéndose a su santa voluntad en todo lo que hay que hacer o sufrir

11. En el puro abandono en Dios todo lo que parece obscuridad es actividad de la fe

Prefacio

[El breve prefacio que sigue, según Olphe-Galliard, parece haber sido escrito por la Madre Marie-Anne-Sophie de Rottembourg, para presentar el manuscrito que, por iniciativa suya, compuso hacia 1740 su tía, la Madre Marie-Anne-Thérèse de Rosen (+1747)].

Esta breve obra se compone de cartas escritas por un eclesiástico a la superiora de una comunidad religiosa. En ella se ve claro que el autor fue un hombre espiritual, interior y gran amigo de Dios. Él descubre en sus cartas, aquí abreviadas a veces, el verdadero método, el más corto y realmente el único para llegar a Dios.

Feliz aquél que reciba fielmente estas lecciones. Los pecadores encontrarán cómo redimir sus pecados, expiando las acciones cumplidas por su propia voluntad, por la adhesión única a la voluntad de Dios. Y los justos comprobarán que, con muy poco esfuerzo y trabajo en sus ocupaciones y quehaceres, podrán llegar muy pronto a un alto grado de perfección y a una eminente santidad.

No es otro el fin que aquí se pretende sino la mayor gloria de Dios y la santificación del lector.

[Las páginas que siguen son ya textos escritos por el padre Jean-Pierre de Caussade].


1. Cómo Dios nos habla y cómo debemos escucharle

Este capítulo incluye:

1.1. Dios habla hoy como ayer

1.2. María, abandonada en Dios

1.3. Dejémonos llevar por Dios en cada instante

1.4. Es camino para todos


1.1. Dios habla hoy como ayer

Dios nos sigue hablando hoy como hablaba en otros tiempos a nuestros padres, cuando no había ni directores espirituales ni métodos. El cumplimiento de las órdenes de Dios constituía toda su espiritualidad. Ésta no se reducía a un arte que necesitase explicarse de un modo sublime y detallado, y en el que hubiese tantos preceptos, instrucciones y máximas, como parece exigen hoy nuestras actuales necesidades. No sucedía a así en los primeros tiempos, en que había más rectitud y sencillez.

Entonces se sabía únicamente que cada instante trae consigo un deber, que es preciso cumplir con fidelidad, y esto era suficiente para los hombres espirituales de entonces. Fija su atención en el deber de cada instante, se asemejaban a la aguja que marca las horas, correspondiendo en cada minuto al espacio que debe recorrer. Sus espíritus, movidos sin cesar por el impulso divino, se volvían fácilmente hacia el nuevo objeto que Dios les presentaba en cada hora del día.

1.2. María, abandonada en Dios

Éstos eran los ocultos medios de la conducta de María, la más simple de todas las criaturas y la más abandonada a Dios. La respuesta que dio al ángel, contentándose con decirle: Hágase en mí según tu palabra [Lc 1,38], sintetiza toda la teología mística de sus antepasados. Entonces como ahora, todo se reducía al más puro y sencillo abandono del alma a la voluntad de Dios, bajo cualquier forma que se presentase. Esta disposición, tan alta y bella, que constituía el fondo del alma de María, brilla admirablemente en estas sencillísimas palabras: Fiat mihi. Es la misma exactamente que aquellas otras que nuestro Señor quiere que tengamos siempre en nuestro corazón y en nuestros labios: Hágase tu voluntad [Mt 6,10].

Es verdad que lo que se exige de María en este solemne instante es gloriosísimo para ella; pero todo el brillo de esta gloria no la deslumbra: es solamente la voluntad de Dios la que mueve su corazón.

Esta voluntad de Dios es la regla única que María sigue y que en todo ve. Sus ocupaciones todas, sean comunes o elevadas, no son a sus ojos más que sombras, más o menos brillantes, en las que encuentra siempre e igualmente con qué glorificar a Dios, reconociendo en todo la mano del Omnipotente. Su espíritu, lleno de alegría, mira todo lo que debe hacer o padecer en cada momento como un don de la mano de Aquél que llena de bienes un corazón que no se alimenta sino de Él, y no de sus criaturas.

La virtud del Altísimo la cubrirá con su sombra [+Lc 1,35], y esta sombra no es sino lo que cada momento presenta en forma de deberes, atracciones y cruces. Las sombras, en efecto, en el orden de la naturaleza, se esparcen sobre los objetos sensibles, como velos que los ocultan. Y del mismo modo, en el orden moral y sobrenatural, bajo sus oscuras apariencias, encubren la verdad de la voluntad divina, la única realidad que merece nuestra atención.

Así es como María se encuentra siempre dispuesta. Y esas sombras, deslizándose sobre sus facultades, muy lejos de producirle ilusiones vanas, llena su fe de Aquél que es siempre el mismo. Retírate ya, arcángel, que eres también una sombra. Pasó tu instante y desapareces. María sigue y va siempre adelante, y tú ya estás muy lejos. Pero el Espíritu Santo, que bajo el aspecto sensible de esa misión ha entrado en ella, ya nunca la abandonará.

Casi no vemos rasgo alguno extraordinario en el exterior de la santísima Virgen. No es, al menos, eso lo que la Escritura subraya. Su vida es presentada como algo muy simple y común en lo exterior. Ella hace y sufre lo que hacen y sufren las personas de su condición. Visita a su prima Isabel, como lo hacen los demás parientes. María va a inscribirse a Belén, con otros más. Su pobreza la obliga a retirarse a un establo. Vuelve a Nazaret, de donde la alejara la persecución de Herodes; y vive con Jesús y José, que trabajan para procurarse el pan cotidiano.

1.3. Dejémonos llevar por Dios en cada instante

Pero ¿de qué pan se alimenta la fe de María y de José, cuál es el sacramento de todos sus momentos sagrados? ¿Qué se descubre bajo la apariencia común de los acontecimientos que los llenan? Lo que allí sucede es visible, es lo que ordinariamente vemos en todos los hombres; pero lo invisible que la fe allí descubre y reconoce es nada menos que el mismo Dios realizando obras grandes [Lc 1,49].

¡Oh Pan de los ángeles, maná celeste, perla evangélica, sacramento del momento presente! Tú nos das al mismo Dios bajo las apariencias tan viles del estable y la cuna, la paja y el heno... ¿Pero a quién se lo das? A los hambrientos los colma de bienes [1,53]. Dios se revela a los pequeños en las cosas más pequeñas; y los grandes, que solo miran la apariencia, no le reconocen, no lo descubren ni aun en las grandes.

¿Hay algún modo secreto para encontrar este tesoro, este grano de mostaza, esta dracma? En absoluto. Es un tesoro que está en todas partes, y que se ofrece a nosotros en todo tiempo y lugar. Como Dios, las criaturas todas, amigas y enemigas, lo derraman a manos llenas, y lo hacen fluir por todas las facultades de nuestro cuerpo y potencias de nuestra alma, hasta el centro mismo del corazón. Abramos, pues, nuestra boca, y nos será llenada. Sí, la acción divina inunda el universo, penetra y envuelve todas las criaturas, y en cualquier parte que estén ellas, ella está, las adelanta, las acompaña, las sigue. Lo único que hay que hacer es dejar llevar por su impulso.

1.4. Es camino para todos

Quiera Dios que los reyes y sus ministros, los príncipes de la Iglesia y del mundo, sacerdotes, soldados, ciudadanos, todos, en una palabra, se convenzan de la facilidad con que pueden llegar a una santidad eminente. Para conseguirla sólo es necesario cumplir fielmente con los sencillos deberes del cristianismo y del propio estado, abrazar con paciencia las cruces que éstos traen consigo, someterse a los designios de la Providencia, cumpliendo incesantemente todo cuanto el presente nos ofrezca para hacer o padecer.

Ésta es toda la espiritualidad que santificó a los Patriarcas y Profetas, cuando todavía no existían tantos métodos y maestros. Ésta es la espiritualidad de todas las edades y de todo estado, que ciertamente no pueden santificarse de un modo más alto, más extraordinario, y al mismo tiempo, más fácil: la práctica sencilla de aquello que Dios, único director de las almas, les da en cada momento para hacer o sufrir, al mismo tiempo que se obedecen las leyes de la Iglesia o las del príncipe.

Si se viviera así, los mismos sacerdotes apenas serían necesarios, más que para los sacramentos. Las demás cosas, sin ellos, resultarían santificantes en todos y en cada uno de los momentos. Y esas almas sencillas, que no se cansan de consultar sobre los medios para ir a Dios, se verían liberadas de fardos pesados y peligrosos, que aquellos que disfrutan gobernándolas les imponen sin necesidad.